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No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad que la forma en la que trata a sus niños.

 

En un contexto de paz, los niños y las niñas aprenderán las nuevas lógicas del perdón, la no agresión y el respeto por el otro.

En el primer semestre del 2016 nacieron en el país 311.012 niños y niñas, según el Dane. A diferencia de años anteriores, nos encontramos con una generación que vivirá en un país sin el conflicto armado más largo y sostenido que tuvo el continente, tras lograrse un acuerdo de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc.

Esta “generación de la paz” como bien la ha llamado el presidente de la República, Juan Manuel Santos, nos plantea grandes retos a cada uno de los colombianos: desde los padres de familia, como su primera escuela; los docentes, el sector privado, el Gobierno y la sociedad en su conjunto.

El principal desafío consiste en garantizarles a los niños y niñas el derecho a una vida digna que comienza con una adecuada nutrición. Si avanzamos en superar la guerra también debemos erradicar cuanto antes la desnutrición crónica: La tasa actual de 13,2% nos debe causar tanto dolor como el conflicto.

Un país donde sus niños tienen el riesgo de morir de hambre debería estar movilizándose y vigilante de que todos puedan acceder a un desarrollo integral. Es su gran derecho desde que nacen.

Nos escandalizamos cuando nos informan que en Sudán más del 38% de los niños padece desnutrición crónica. Pero a veces se nos hace cotidiano que en Colombia existan departamentos que alcanzan tasas similares, como Vaupés, donde afecta al 34,7 por ciento de los menores de cinco años, o La Guajira, con un 27,9 por ciento. 

Ahora bien, hay otros retos que nos plantea esta generación de la esperanza: la enseñanza de la historia en los colegios como oportunidad para promover la cultura de paz, que deslegitime la violencia y fortalezca las relaciones pacíficas y de reconciliación; formar en una nueva ética que enfrente con éxito la cultura del vivo, del tramposo, del más fuerte. 

Los niños que nazcan ahora van a aprender a vivir juntos en paz y armonía y para ello está en nuestras manos brindarles valores, conceptos y comportamientos de rechazo a la violencia como componentes esenciales de su personalidad. Y hacerlo en el momento que el niño forma su personalidad, no después.

Según la Organización Mundial de la Salud, durante los primeros años de vida, de la mano de la familia y los educadores, se forman en el ser humano las habilidades para tomar decisiones, resolver problemas, ser solidarios, trabajar en equipo y tener resiliencia.

Enseñar a construir la paz desde sus primeros 5 años de vida, implica enseñarles a tratarse bien los unos a los otros, a compartir, a aceptar la diferencia, a ser solidarios, a escuchar, a proteger el medioambiente, a perdonar.

Si no formamos a las nuevas generaciones en una nueva ética no cerraremos el capítulo de la guerra que usó la violencia para resolver las diferencias, que volvió a las personas objetos mediante el secuestro, el reclutamiento, el asesinato.

Por último, cito al gran líder de la paz Nelson Mandela: “No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad que la forma en la que trata a sus niños”. Bienvenidos los niños de la esperanza.

 

Gonzalo Restrepo López
Presidente de la Junta Directiva, Fundación Éxito

 

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