Decimos con orgullo, muy a menudo, que Colombia es un país de regiones. Expresión útil para referir la riqueza natural y cultural que es diversa y colorida en nuestra nación. Pero la división que la naturaleza usa para recordarnos que nuestra identidad se nutre justamente de las diferencias, tiene que considerarse con responsabilidad y conciencia siempre, y, sobre todo, cuando se trata de encontrar soluciones concretas para situaciones críticas, como, por ejemplo, el estado de la salud y la nutrición de la primera infancia colombiana.
A menudo también, se escuchan aireados reclamos por lo que sucede con la niñez de algunas partes del país, como La Guajira o el Chocó. No, sin razón, son tristes referentes de las tragedias más arraigadas y dolorosas que afectan a nuestros niños. Podemos afirmar, con gran conocimiento de causa, que ante un problema hondo y de tan vieja data, la voluntad del sector privado y la decisión del Estado se tienen que articular para hacerle frente. Es un esfuerzo que exige largo plazo, continuidad, consistencia y respeto total ante las etnias, sus creencias e idiosincrasia.
Desde la distancia y desde el escritorio no es posible enfocar las causas del hambre o de la desnutrición crónica en los menores colombianos más afectados, como en las poblaciones indígenas o en las rurales. Por eso, en nuestro caso invertimos para acercarnos y conocer la realidad que suele desdibujarse con tanta ligereza. Sabemos que no es suficiente con idear programas nutricionales que incluyen entregas constantes de alimentos o con llevar el mensaje contundente de que la leche materna salva vidas, alivia y protege.
Sabemos que se requiere más que sensibilidad social para conciliar sin imponer y convencer sin agredir; para entender que querer algo no es lo mismo que creer en algo. Exige también entender el valor del acceso a los servicios de salud, el elemental principio de que los recursos públicos son sagrados y de que ante falencias estructurales, las soluciones tienen también que ser estructurales. Aquí está la base de la desigualdad que obstruye el progreso equitativo del país y ante esto ningún sector puede trabajar solo.
Nuestro diverso y colorido mapa nacional tiene una faceta desafiante cuando el criterio de división es el estado de salud y de nutrición de nuestra primera infancia. Insistimos en que la Colombia que queremos ver crecer, es la que habitan los niños que necesitan crecer mejor. No podemos dejar en gris la voluntad de acción para trascender en la política pública que se orienta al desarrollo económico y social de nuestro país. De tal magnitud es esta situación, que ha puesto a Colombia en el ojo de diferentes organismos multilaterales.
Temas como el de la desigualdad tienen que dejar de quedar al margen de nuestras discusiones de política pública. Ojalá podamos, por fin, pensar y actuar como una nación capaz de crecer.
Gonzalo Restrepo López
Presidente de la junta directiva, Fundación Éxito